La Crisis

El libro no tenía tapa, cada vez que lo sacaba era de noche, una lámpara iluminaba los cuerpos de los adultos que deambulaban cerca de la cama, pero no sus caras, la sombra los ocultaba, una mano en la frente y un termómetro bajo la axila indicaba que algo no estaba bien,  la fiebre hacía que las sombras bailaran con las figuras que se  ocultan en un techo de madera machihembrado, ella lo besa tratando de calmar ese pequeño corazón agitado por el miedo, un miedo que no se sabe a que huele, un miedo a oscurecerse y no tener mas ese abrazo, ese olor a amor que está impregnado en las personas que consideramos nuestra casa, nuestro refugio.
Compresas, hojas de eucaliptus, un vaporizador  hecho en una olla de aluminio con doble fondo negro y manijas plásticas, un cuadrado de diario impregnado con cera de vela y mentolathum en el pecho, esta vez el ataque de asma es más fuerte, la noche comienza hacerse larga y mañana es día laboral, pero los bronquios no aflojan, vómitos, mareos, el niño busca una tregua con su cuerpo, mira la mesita de noche y el libro no se ha abierto, sabe que aún queda mucha lucha con su propio cuerpo.
Aquellas sombras discuten, llevarlo al servicio de salud público también responde un peligro en aquellos días de protesta, así que después de deliberar, envuelto en frazadas llevan a ese joven cuerpo sin fuerzas que se debate entre aire y colapso, perspectivas nuevas y difusas miran esos ojos somnolientos, enfermos y débiles. Mientras lo llevan aquel niño no sabe que en un futuro tendrá una caja torácica mas ancha, deformación que se d debido a los espasmos bronquiales que ha sufrido
Al llegar al servició público, un viejo Sanatorio para tuberculosos, construido en la década del `30, en que sus bellas escaleras y pasamanos de hormigón pulido, representan a epítome del Estado benefactor de aquellos años.
Todo lo cálido de la cama se transforma en frías camillas, luces blancas y espera, la noche avanza y enfermarse no es el mejor panorama para esta joven familia.
Suero, y una dosis de medicamento para aflojar ese cierre a respirar.
Una emergencia corre por los pasillos un hombre baleado pasa raudo en camilla a nuestro lado.
Por contradictorio que parezca ese niño fumará en un futuro como desafiando a sus pulmones por tan malos episodios.
Los pulmones se estabilizan y vuelve el aire, baja el ritmo cardiaco, y la lucha interna afloja.
Es mitad de la noche y hay que volver a casa, todos extenuados, pasan por las esquinas en que momentos antes hubo un enfrentamiento entre protestantes y militares, en la vereda una mancha de sangre, en la mañana siguiente esos adultos sabrán que era de Manolo, un vecino de la cuadra.

Al llegar las mascotas los saludan, ahí llegan esos tres combatientes contra el enemigo interno, colocan las frazadas en la cama y al niño lo vuelven acostar, pronto amanecerá, ella toma el libro y abre la hoja en donde el marcador había quedado y como un rito comienza la lectura, eso era como un acta de rendición, las banderas blancas habían salido, tal como en la protesta de aquella noche después de el balazo a Manolo.
Y la procesión comenzaba, el ritmo de su femenina voz, leía en baja voz, los versos de aquel poeta, y bajo el ritmo de su poesía que era el ritmo que iba marcando la cansada respiración del niño, los ojos se le iban cerrando marcando el fin del combate, aquellos versos lo transportaban a luchas épicas, un poco lo que pasa en la protesta enfrentada con ollas a militares entrenados para matarte, a bronquios que te pueden ahogar, lo peor había pasado, por aquella noche.

El libro sin tapa un anónimo contenido sin protección, tal como el niño asmático que se transformará en un obrero sin protección social, tal como el vecino baleado que pronto moriría,  un caminante que buscará mujeres poetas en un país en donde todos los hombres lo son.

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