Virus

Soy un hombre de rutinas, la rutina es el éxito de una innovación en el que hacer, es por eso que cada fin de semana salgo muy temprano a correr, todo comienza con la noche anterior, en el cual repaso mis tiempos y trayectorias, elijo mi ropa y mis zapatillas, para no molestar a nadie en la mañana, hay gente que espera el fin de semana para dormir y quien es uno para despertar a quien fuere su merecido descanso. Estos días han sido particulares, la suspensión de actividades gracias a la pandemia le da a la ciudad un tono vacacional tardío, calles semi vacías,  gente apurada y con miedo. Yo lucho contra el miedo mediático, sería mentira si digo que no me afecta, trato de que sea lo menos posible. Preparo un mate, tomo unos sorbos, cuando siento que me despierta, salgo tan temprano que nada de lo descrito pasa, las calles están vacías como siempre los domingos en la mañana y varios grupos de jóvenes deambulan vestidos de fiesta de la noche anterior, los observo, hace ya mucho que no soy uno de ellos, ni joven ni enfiestado.
 Este domingo el trayecto parecía igual a todos los domingos, corro y escucho música, últimamente podcast, no tengo idea qué significa esa palabra pero son lecturas o análisis que alguien hace sobre un tema o un libro o un evento.
Mientras corro pienso en la paranoia de la semana, todo comienza como el relato de una película, un virus en una parte del mundo desconocida, que mató a mucha gente en un lugar de miles de millones de gente y que se empieza a propagar por los aviones, cruceros, etc. El miedo que van engendrando esa lectura de los eventos, propaganda para mi, es como imaginar que estás parado en la orilla del mar y muy lejos ves (o crees ver) formarse una ola, va de a poco su ondulación ganando fuerza y furia, como ver el lomo de un gato que se va erizando cuando ve un perro, te lo van relatando y en un momento te llega el miedo porque esa ola viene directo a tu orilla y es un tsunami, yo que voy trotando y mezclando pensamientos, creyendo ver visiones oníricas; levanto mi cabeza al cielo y veo un cernícalo cruzar con una presa, es una imagen bella que me distrae por momentos de mi trote, que a esa altura se había transformado en arrancar de la gran ola viral, así que calmé el paso, y me quise distraer mirando a la gente que poco a poco va llegando a hacer ejercicio al costado del Río de la Plata, pasó un señor y le ví cara conocida, no puede ser – me dije- ese señor es de otro lugar, nada que ver con este lugar, seguí corriendo, luego ví a una chica que conocí en mi juventud, dos signos de exclamación o pregunta vinieron a mi mente, seguí corriendo asustado, toda era gente conocida, de otros tiempos otros lugares, tratando de mantener una falsa calma, volví a la esquina en que había mirado el cielo donde había visto el ave, tal vez me atropellaron ahí -pensé- este es el túnel que uno ve, la verdad es que no estoy corriendo -deduje-, me estoy muriendo. Me vino una taquicardia del miedo, a esa altura el podcast había terminado un tema que nunca supe. Me dirigí al pasto a tratar de buscar calma, y si era real la muerte, mi muerte, tenía que viajar mi alma a despedirme de los míos, pedirles perdón por estar tan lejos en el último brillo de mis ojos al cielo. Me acurruque con mi ropa deportiva ya sucia a esa altura, tratando de buscar el último olor antes de apagar mis sentidos para siempre, que iba a ser, pasto? Olor a caca de perro? O ver a las hormigas trabajar. No era un atropello era el virus, la gran ola me llevaba.
Ese domingo no seguí mi rutina, la resaca es más dura a medida que te haces viejo, prendí la tele, habían cerrado las fronteras, el virus ya estaba aquí, en la realidad.

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