Canasta mínima

El letrero me llamó a entrar y ahorrar,
el sistema azul y celeste de seguridad me saluda,
no elijo el canasto pequeño.
Por los pasillos tecnológicos pruebo todas las tevés,
le bajo y subo el volumen a los equipos de música.
Me imagino bajo las estrellas en las carpas en promoción.
Camino triste por los pasillos,
elijo minuciosamente los productos de las góndolas,
los ordeno alfabéticamente en el carro y/o por envase
los de metal a la derecha, los plásticos a la izquierda.
De vez en cuando le aviso al encargado
que alguna luz falla o que algún producto falta.
No olvido dejar mis felicitaciones para el funcionario
que más me sonríe en el Libro de Sugerencia.
Después de la tercera vuelta la promotora de cecinas
rehúsa darme un bocadillo.
Ya nadie tras los mostradores me sonríe,
de hecho las miradas ya parecen desconfiar.
Luego de la tristeza la persecución me inunda.
Apuro el paso,
y en las cabeceras de góndolas
doblo derrapando las ruedas del carro.
Mi corazón se acelera.
Diez minutos antes de las siete de la tarde
abandono todo en un espacio entre los papeles higiénicos,
he notado que la visión de las 38 cámaras no llega ahí.
Seguridad avisa, pero las antenas de radiofrecuencia no suenan
cuando salgo.
Llego a mi oficina y me saco la cotona blanca,
ha sido un largo día de trabajo,
ser gerente de esta mole.
Al llegar a la soledad de mi pieza sólo un tarro de atún
me acompaña en mis bolsillos.
Ha sido difícil dejar de fumar mirando las estrellas.


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