Civilización de Torres Bodet

Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar asesinado
por el miedo y la ciencia de otros hombres.

Un hombre igual que yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto,
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

Un hombre que, sin duda,
quiso contar de niño, las estrellas
y que, de joven, se tendió en la playa
a sentir resbalar sin pausa el mundo
por la órbita de sus venas...

Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que comprendió, al morir, que ya sería
mucho si todos cuantos viven fuesen
hombres en realidad, enhiestos, serios
capaces de testar sin amargura
eso que, sin saberlo, todos legan
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, la primavera,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el mármol de unos ojos,
el litoral de una sonrisa,
y todo lo que vive y lo que pasa,
el ansia de encontrar
-aunque fuera un minuto-
la dimensión de una verdad completa.

Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a otro hombre.

Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo sutil de haber llorado
al oír en Platón morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...

Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo
se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
cuando hay hombres que aceptan
entrar a mano armada,
en la vida indefensa de otros hombres.

Súbitamente heridos,
las raíces del ser nos estrangulan.

Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la radiosa inmensidad del cielo.

¡Cien siglos de dolor no lograrían
impedir que penetre,
así, en el corazón del hombre el hombre
y que lo cambie en polvo,
para amasar al fin, con ese polvo,
el pan, el pan cruel de su victoria!


La versión es libre la tome del libro de Roland Jaccard "El exilio interior" y lo complemente con traducciones sacadas de internet, tratando de dejarlo lo más completo posible.
Espero que lo hayan disfrutado, es uno de los mejores poermas que he leido.

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